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miércoles, 18 de agosto de 2010

SIN LA VIRGEN MARIA, EL MUNDO ESTARIA PERDIDO


Sin la Virgen María el mundo estaría perdido
Quilmes (Buenos Aires), 18 Ago. 10 (AICA)
María y el Niño Dios

El obispo de Quilmes, monseñor Luis Stöckler, explicó que “la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo nos señala que todo lo que tiene que ver con el cuerpo y la corporalidad del hombre, no es algo marginal, sino que es parte integral de nuestra persona. El alma no la podemos entender como independiente de nuestro cuerpo, sino como el principio animador que se manifiesta y realiza a través de nuestra condición física. Y también la gracia que Dios infunde en nosotros, abarca todo nuestro ser”.

El prelado precisó, además, que “María no es solamente ejemplo que nos orienta sino, asunta al cielo, ‘con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna’. Unida indisolublemente a la Iglesia, su invocación reafirma la misión mediadora de la misma”.
“Lo que afirmamos de la Virgen, lo entendemos a la vez como propio de la Iglesia. La que es la Madre de Cristo, cabeza de la Iglesia, es también Madre de su Cuerpo místico que somos los bautizados. Como Ella lo dio al mundo y los hombres podían acercarse a Él, así la Iglesia como sacramento del Resucitado, es el signo visible que lo hace presente ante los hombres. La que ha sido inmaculada desde el inicio de su vida hasta el final, y quedado incorrupta después de su muerte, ahora ya participa en la resurrección, como su Hijo”, indicó.
El obispo sostuvo que “en ella se confirma como anticipo la promesa de la transformación que aguarda a todos los miembros de la Iglesia, cuando el Señor vuelva. Santa y siempre necesitada de conversión, la Iglesia está en el mundo para transformarlo”.
“Sin ella, el mundo estaría perdido. Esto, a pesar de nuestros defectos, el pueblo lo siente y lo expresa, cuando peregrina a los santuarios de la Virgen, donde busca y encuentra la Iglesia Madre”, reiteró.
Por último, monseñor Stöckler instó a pedirle a “nuestra Madre, que nos alcance un corazón atento a lo que su Hijo nos pide, y la fortaleza de ponerlo por obra aquí, con la mirada puesta en el Cielo”.+

Texto completo de la homilía
ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Homilía de monseñor Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes, para la fiesta de la Asunción de la Virgen María (15 de agosto de 2010)

Veamos qué importancia tiene el mensaje de esta fiesta para nosotros como personas, como Iglesia y como cristianos en el mundo.
Como personas
La Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo nos señala que todo lo que tiene que ver con el cuerpo y la corporalidad del hombre, no es algo marginal, sino es parte integral de nuestra persona. El alma no la podemos entender como independiente de nuestro cuerpo, sino como el principio animador que se manifiesta y realiza a través de nuestra condición física. Y también la gracia que Dios infunde en nosotros, abarca todo nuestro ser. Cuando la Llena de Gracia contestó al ángel: “Que se haga en mí según tu palabra”, sintió el efecto no solamente en su espíritu, sino permitió la encarnación del Verbo eterno en su seno. Por eso, la Iglesia compara a la Virgen con la Carpa del Encuentro, que albergaba el Arca de la Alianza, donde Dios garantizaba su presencia. El invisible manifiesta en ella su gloria. De ahí el cuidado que nosotros debemos a nuestro cuerpo, que es templo del Espíritu Santo. La dignidad de la persona no es solamente cuestión de buenas intenciones, sino también de conductas respetuosas para con nosotros mismos. La transformación del cristiano es un proceso continuo que deja sus huellas en nosotros. “Reflejamos”, dice el apóstol, “como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Cor 3, 18). El hecho que el cuerpo de no pocos santos no haya sufrido la corrupción, podemos entender como una señal con que Dios los distingue como ejemplos, en los cuales el Espíritu Santo pudo hacer su obra.
Como Iglesia
María no es solamente ejemplo que nos orienta sino, asunta al cielo, “con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna” (LG 62). Unida indisolublemente a la Iglesia, su invocación reafirma la misión mediadora de la misma. Lo que afirmamos de la Virgen, lo entendemos a la vez como propio de la Iglesia. La que es la Madre de Cristo, cabeza de la Iglesia, es también Madre de su Cuerpo místico que somos los bautizados. Como ella lo dio al mundo y los hombres podían acercarse a Él, así la Iglesia como sacramento del Resucitado, es el signo visible que lo hace presente ante los hombres. La que ha sido inmaculada desde el inicio de su vida hasta el final, y quedado incorrupta después de su muerte, ahora ya participa en la resurrección, como su Hijo. En ella se confirma como anticipo la promesa de la transformación que aguarda a todos los miembros de la Iglesia, cuando el Señor vuelva. Santa y siempre necesitada de conversión, la Iglesia está en el mundo para transformarlo. Sin ella, el mundo estaría perdido. Esto, a pesar de nuestros defectos, el pueblo lo siente y lo expresa, cuando peregrina a los santuarios de la Virgen, donde busca y encuentra la Iglesia Madre.
Como cristianos en el mundo
Finalmente, la Asunción con cuerpo y alma de la Virgen, evoca la exhortación del Concilio Vaticano II “a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como se éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época” (GS 43).
Pidamos a nuestra Madre, que nos alcance un corazón atento a lo que su Hijo nos pide, y la fortaleza de ponerlo por obra aquí, con la mirada puesta en el cielo.

Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes

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