
Renunciar a nosotros mismos y buscar el bien del otro
Quilmes (Buenos Aires), 24 Jun. 10 (AICA)
Monseñor Luis Stöckler, obispo de Quilmes
“Cuando pensamos en la felicidad de la persona, la debemos relacionar con los tres aspectos fundamentales de la condición humana: el físico, el psíquico y el espiritual. Entre estos tres aspectos debe haber una armonía que tome en cuenta, en su conjunto, las necesidades de la persona. La experiencia nos muestra que esta armonía no se da de forma espontánea, sino que dentro nuestro hay una tentación de privilegiar uno de los aspectos, lo cual distorsiona el equilibrio y nos quita la paz”. Así lo expresó el obispo de Quilmes, monseñor Luis Stócler, en su homilía del domingo.
El prelado hizo esta reflexión a partir de “la invitación de Jesús a seguirle, renunciando a uno mismo y cargando cada día con la cruz”, que “podría sonar a pura negación y asustar más que entusiasmar”.
En primer lugar, explicó que “a veces, la preocupación por la satisfacción de los apetitos corporales es tan fuerte, que la mente gira permanentemente alrededor de la comida, la vestimenta, el sexo y el dinero, y se descuidan las relaciones afectivas del entorno y el sentido de la trascendencia. Y no son pocos que han caído en este pozo”.
En segundo lugar, “hay otros que sufren una profunda depresión, aunque no tengan necesidades en lo material; a veces, porque su reclamo afectivo no es atendido por sus familiares; y otras, porque el reclamo es tan exigente que los otros se sienten atropellados en su propia necesidad afectiva”.
Y en tercer lugar, “puede haber también una fuga en la vida espiritual que, como consecuencia, lleve a desentenderse de las obligaciones del trabajo y de atención de la casa, lo que obviamente causa desequilibrio, tanto en la persona cuanto en su entorno”.
En ese sentido, el pastor quilmeño sostuvo que “la raíz común de todos estos desatinos es la tendencia de considerarse uno mismo el centro y de querer servirse de los demás para la realización de su propio yo” y advirtió que “esta equivocación que se da en el individuo, puede ser también colectiva”.
Además, subrayó que lo que Jesús enseña “es que no nos comprendemos por auto-inspección sino solamente al entregarnos al otro” y afirmó: “Al darnos a los demás, nos encontramos a nosotros mismos. No es en el espejo donde nos descubrimos, sino en los ojos del otro al cual miramos con respeto y amor. Renunciar a nosotros mismos y buscar el bien del otro, es el camino hacia la verdadera felicidad. Aún cuando la incomprensión ajena no permita el disfrute compartido en armonía, la cruz asumida con amor siempre es redentora y uno mismo nunca se queda sin la paz”.+
Texto completo de la homilía
PERDER O SALVAR LA VIDA
Homilía de monseñor Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes, para el 12º domingo durante el año (20 de junio de 2010)
La invitación de Jesús a seguirle, renunciando a uno mismo y cargando cada día con la cruz, podría sonar a pura negación y asustar más que entusiasmar. Uno quiere vivir y ser feliz. Pero justamente por esto el Señor ha dicho esta palabra qué es evangelio, o sea una buena noticia.
Cuando pensamos en la felicidad de la persona, la debemos relacionar con los tres aspectos fundamentales de la condición humana: el físico, el psíquico y el espiritual. Entre estos tres aspectos debe haber una armonía que tome en cuenta, en su conjunto, las necesidades de la persona. La experiencia nos muestra que esta armonía no se da de forma espontánea, sino que dentro nuestro hay una tentación de privilegiar uno de los aspectos, lo cual distorsiona el equilibrio y nos quita la paz. A veces, la preocupación por la satisfacción de los apetitos corporales es tan fuerte, que la mente gira permanentemente alrededor de la comida, la vestimenta, el sexo y el dinero, y se descuidan las relaciones afectivas del entorno y el sentido de la trascendencia. Y no son pocos que han caído en este pozo. Hay otros que sufren una profunda depresión, aunque no tengan necesidades en lo material; a veces, porque su reclamo afectivo no es atendido por sus familiares; y otras, porque el reclamo es tan exigente que los otros se sienten atropellados en su propia necesidad afectiva. Puede haber también una fuga en la vida espiritual que, como consecuencia, lleve a desentenderse de las obligaciones del trabajo y de atención de la casa, lo que obviamente causa desequilibrio, tanto en la persona cuanto en su entorno. La raíz común de todos estos desatinos es la tendencia de considerarse uno mismo el centro y de querer servirse de los demás para la realización de su propio yo. Esta equivocación que se da en el individuo, puede ser también colectiva, como cuando los apóstoles decían que Jesús era el Mesías, del cual esperaban que fuera a traer la libertad y la prosperidad al pueblo judío, por la fuerza del poder.
Lo que Jesús nos enseña, no solamente de palabra sino sobre todo por su ejemplo, es que no nos comprendemos por auto-inspección sino solamente al entregarnos al otro. “El Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20, 28). Al darnos a los demás, nos encontramos a nosotros mismos. No es en el espejo donde nos descubrimos, sino en los ojos del otro al cual miramos con respeto y amor. Renunciar a nosotros mismos y buscar el bien del otro, es el camino hacia la verdadera felicidad. Aún cuando la incomprensión ajena no permita el disfrute compartido en armonía, la cruz asumida con amor siempre es redentora y uno mismo nunca se queda sin la paz.
Cuando San Lucas en aquel entonces escribió su evangelio y la invitación de seguir a Jesús, ya sabía que el camino no terminaba en la cruz, sino que el Señor resucitado cada día manifestaba su presencia entre sus discípulos, y que la iglesia crecía vigorosamente. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe en su promesa de que el que pierda su vida por Él la salvará, para ser discípulos suyos convencidos y misioneros creíbles.
Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes
AICA - Toda la información puede ser reproducida total o parcialmente citando la fuente
Quilmes (Buenos Aires), 24 Jun. 10 (AICA)
Monseñor Luis Stöckler, obispo de Quilmes
“Cuando pensamos en la felicidad de la persona, la debemos relacionar con los tres aspectos fundamentales de la condición humana: el físico, el psíquico y el espiritual. Entre estos tres aspectos debe haber una armonía que tome en cuenta, en su conjunto, las necesidades de la persona. La experiencia nos muestra que esta armonía no se da de forma espontánea, sino que dentro nuestro hay una tentación de privilegiar uno de los aspectos, lo cual distorsiona el equilibrio y nos quita la paz”. Así lo expresó el obispo de Quilmes, monseñor Luis Stócler, en su homilía del domingo.
El prelado hizo esta reflexión a partir de “la invitación de Jesús a seguirle, renunciando a uno mismo y cargando cada día con la cruz”, que “podría sonar a pura negación y asustar más que entusiasmar”.
En primer lugar, explicó que “a veces, la preocupación por la satisfacción de los apetitos corporales es tan fuerte, que la mente gira permanentemente alrededor de la comida, la vestimenta, el sexo y el dinero, y se descuidan las relaciones afectivas del entorno y el sentido de la trascendencia. Y no son pocos que han caído en este pozo”.
En segundo lugar, “hay otros que sufren una profunda depresión, aunque no tengan necesidades en lo material; a veces, porque su reclamo afectivo no es atendido por sus familiares; y otras, porque el reclamo es tan exigente que los otros se sienten atropellados en su propia necesidad afectiva”.
Y en tercer lugar, “puede haber también una fuga en la vida espiritual que, como consecuencia, lleve a desentenderse de las obligaciones del trabajo y de atención de la casa, lo que obviamente causa desequilibrio, tanto en la persona cuanto en su entorno”.
En ese sentido, el pastor quilmeño sostuvo que “la raíz común de todos estos desatinos es la tendencia de considerarse uno mismo el centro y de querer servirse de los demás para la realización de su propio yo” y advirtió que “esta equivocación que se da en el individuo, puede ser también colectiva”.
Además, subrayó que lo que Jesús enseña “es que no nos comprendemos por auto-inspección sino solamente al entregarnos al otro” y afirmó: “Al darnos a los demás, nos encontramos a nosotros mismos. No es en el espejo donde nos descubrimos, sino en los ojos del otro al cual miramos con respeto y amor. Renunciar a nosotros mismos y buscar el bien del otro, es el camino hacia la verdadera felicidad. Aún cuando la incomprensión ajena no permita el disfrute compartido en armonía, la cruz asumida con amor siempre es redentora y uno mismo nunca se queda sin la paz”.+
Texto completo de la homilía
PERDER O SALVAR LA VIDA
Homilía de monseñor Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes, para el 12º domingo durante el año (20 de junio de 2010)
La invitación de Jesús a seguirle, renunciando a uno mismo y cargando cada día con la cruz, podría sonar a pura negación y asustar más que entusiasmar. Uno quiere vivir y ser feliz. Pero justamente por esto el Señor ha dicho esta palabra qué es evangelio, o sea una buena noticia.
Cuando pensamos en la felicidad de la persona, la debemos relacionar con los tres aspectos fundamentales de la condición humana: el físico, el psíquico y el espiritual. Entre estos tres aspectos debe haber una armonía que tome en cuenta, en su conjunto, las necesidades de la persona. La experiencia nos muestra que esta armonía no se da de forma espontánea, sino que dentro nuestro hay una tentación de privilegiar uno de los aspectos, lo cual distorsiona el equilibrio y nos quita la paz. A veces, la preocupación por la satisfacción de los apetitos corporales es tan fuerte, que la mente gira permanentemente alrededor de la comida, la vestimenta, el sexo y el dinero, y se descuidan las relaciones afectivas del entorno y el sentido de la trascendencia. Y no son pocos que han caído en este pozo. Hay otros que sufren una profunda depresión, aunque no tengan necesidades en lo material; a veces, porque su reclamo afectivo no es atendido por sus familiares; y otras, porque el reclamo es tan exigente que los otros se sienten atropellados en su propia necesidad afectiva. Puede haber también una fuga en la vida espiritual que, como consecuencia, lleve a desentenderse de las obligaciones del trabajo y de atención de la casa, lo que obviamente causa desequilibrio, tanto en la persona cuanto en su entorno. La raíz común de todos estos desatinos es la tendencia de considerarse uno mismo el centro y de querer servirse de los demás para la realización de su propio yo. Esta equivocación que se da en el individuo, puede ser también colectiva, como cuando los apóstoles decían que Jesús era el Mesías, del cual esperaban que fuera a traer la libertad y la prosperidad al pueblo judío, por la fuerza del poder.
Lo que Jesús nos enseña, no solamente de palabra sino sobre todo por su ejemplo, es que no nos comprendemos por auto-inspección sino solamente al entregarnos al otro. “El Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mt 20, 28). Al darnos a los demás, nos encontramos a nosotros mismos. No es en el espejo donde nos descubrimos, sino en los ojos del otro al cual miramos con respeto y amor. Renunciar a nosotros mismos y buscar el bien del otro, es el camino hacia la verdadera felicidad. Aún cuando la incomprensión ajena no permita el disfrute compartido en armonía, la cruz asumida con amor siempre es redentora y uno mismo nunca se queda sin la paz.
Cuando San Lucas en aquel entonces escribió su evangelio y la invitación de seguir a Jesús, ya sabía que el camino no terminaba en la cruz, sino que el Señor resucitado cada día manifestaba su presencia entre sus discípulos, y que la iglesia crecía vigorosamente. Pidamos al Señor que aumente nuestra fe en su promesa de que el que pierda su vida por Él la salvará, para ser discípulos suyos convencidos y misioneros creíbles.
Mons. Luis T. Stöckler, obispo de Quilmes
AICA - Toda la información puede ser reproducida total o parcialmente citando la fuente
No hay comentarios.:
Publicar un comentario