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martes, 16 de diciembre de 2014

Cuatro nuevos sacerdotes en la diócesis de Quilmes

Cuatro nuevos sacerdotes en la diócesis de Quilmes
 Martes 16 Dic 2014 | 10:24 am
Quilmes (Buenos Aires) (AICA): El obispo de Quilmes, monseñor Carlos José Tissera, ordenó a cuatro nuevos sacerdotes diocesanos durante una misa celebrada el viernes 12 de diciembre en la iglesia catedral. Los flamantes presbíteros son Eduardo Gómez, Martín Lugones, Gustavo Módica y José Ignacio Stillante, a quienes el pastor diocesano les pidió ser testigos alegres de la resurrección del Señor.

 El obispo de Quilmes, monseñor Carlos José Tissera, ordenó a cuatro nuevos sacerdotes diocesanos durante una misa celebrada el viernes 12 de diciembre en la iglesia catedral. Los flamantes presbíteros son Eduardo Gómez, Martín Lugones, Gustavo Módica y José Ignacio Stillante, a quienes el pastor diocesano les pidió ser testigos alegres de la resurrección del Señor.
 Familiares, amigos y fieles de distintas parroquias de Quilmes, Berazategui y Florencio Varela se congregaron en el templo mayor de la diócesis para presenciar la ordenación y rezar por el ministerio de estos jóvenes consagrados.
 En su homilía, monseñor Tissera destacó el servicio humilde de María, que sale al encuentro de su prima Isabel y el niño Juan, el Bautista, y el servicio evangelizador del acontecimiento de Guadalupe, cuando en 1531 María se presenta ante el indio Juan Diego para llevar el amor de su hijo Jesús y sembrar “las semillas del evangelio de la justicia, la verdad y el amor” al continente.
 A partir de estas reseñas, el obispo diocesano los invitó a reflexionar sobre el lavatorio de los pies, en la Última Cena. Les pidió meditar profundamente estas realidades y vivirlas diariamente, imaginando la mirada de Jesús, lavando los pies de sus discípulos.
 “Ese es el Hijo de Dios, el hijo de María”, señaló el prelado. “El que se hizo esclavo por vos. El que no vino a ser servido sino a servir. ¿Existe amor más grande? Todo cambia en nuestra existencia, cuando siendo elegidos para ser sus ministros, Él viene a nosotros y se arrodilla para lavarnos los pies. Es el que viene a limpiarnos de nuestras suciedades, a purificarnos con su amor delicado y nos ofrece el mejor servicio, su perdón”, agregó.
 “Al participar del sacerdocio de Jesús, nunca dejarán de necesitar de ser limpiados y perdonados, pero también empezarán a palpar muy de cerca las miserias de la Iglesia, de los hombres que somos parte del pueblo de Dios. Que se quede grabada hoy esa mirada de Jesús, que te lava los pies, para que, purificados por esa mirada, laven los pies a sus hermanos con el baño de la misericordia”, les recomendó el obispo.
 Monseñor Tissera les propuso reflexionar sobre una situación que le tocó vivir en 1985 al primer obispo diocesano, monseñor Jorge Novak. Luego, al reflexionar sobre la misión del sacerdote, les pidió: “Nunca se corten solos. La misión apostólica es una tarea compartida que nos involucra en primera persona a obispo y presbíteros en el único presbiterio diocesano. Inician su ministerio presbiteral en este momento especial de la Iglesia, animado por la enseñanza pastoral de Aparecida y la Evangelii gaudium de Francisco. Sean testigos alegres de la resurrección del Señor”.+

 Texto completo de la homilía
Ordenaciones presbiterales 
Homilía de monseñor Carlos José Tissera, obispo de Quilmes, en la misa de ordenaciones sacerdotales de de Eduardo Gómez, Martín Lugones, Gustavo Módica y José Ignacio Stillante (Iglesia Catedral, 12 de diciembre de 2014) 

 Hermanas y hermanos: 

 En este camino hacia la Navidad, tenemos regalos anticipados. El Niño Dios, que nace pobre en Belén, hoy nos revela la riqueza de su amor, mostrándose “como el que sirve” en Eduardo, Martín, Gustavo y José Ignacio, que son incorporados al Orden de los Presbíteros. 
 La Palabra, hoy nos habla del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y del papel protagónico de la Virgen María. Dice el profeta Isaías: “Miren, la joven está embarazada, y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emmanuel, que significa Dios está con nosotros”. Ese es Jesús, el Hijo de Dios e hijo de María Virgen. “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna”. 
 El Evangelio leído hoy, es un texto rebosante de alegría, narrándonos el presuroso caminar de María para visitar a su prima Isabel, también embarazada. Un encuentro de mujeres que gestan la vida, confiadas en Dios. Encuentro de dos grandes hombres por nacer, Juan el Bautista y Jesús, el Emmanuel. Dios es el que sale al encuentro de la humanidad que caminaba en tinieblas. Todo es un canto de alegría: saludo y alabanzas de Isabel a María que viene, un niño que salta contento, el otro Niño que inunda todo con su paz, y María que exulta “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”. 
 Es la alegría que hoy tenemos nosotros, por estas ordenaciones sacerdotales en la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América. Hoy hemos podido unirnos por los medios de comunicación, a la Misa presidida por Francisco en San Pedro, celebrando a la Virgen, con la interpretación de la Misa Criolla, a 50 años de su estreno. 
 En los comienzos de la evangelización de América Latina, en 1531, la Virgen María se apareció a aquel hombre de los pueblos originarios, San Juan Diego, en el cerro Tepeyac, en México. Es María la que, como Madre tierna y buena, sale al encuentro del dolor de la injusticia, la postergación y marginación del pobre, para realizar ese verdadero encuentro de culturas en la fe, gestando un pueblo nuevo reconciliado en su Hijo Jesús, sembrando las semillas del Evangelio de la justicia, la verdad y el amor. Para sellar su compromiso, se queda estampada milagrosamente en el poncho del indio, resplandeciente como el sol y bella como la luna llena, con su rostro mestizo, sonriente y mostrándose embarazada, como un elocuente signo de verdadera esperanza. Es la servidora del Señor que urgente sale a socorrer y a servir a los hermanos. Mons. Romero, el obispo mártir del Salvador, decía un día como hoy: “María es el modelo de una Iglesia que sabe conjugar la evangelización y la promoción. Una evangelización sin el amor al hombre para promoverlo sería una evangelización falsa, mutilada; una religión que no se preocupa de promover a nuestro pueblo, de enseñar a leer a nuestros analfabetos, a incorporar a la civilización tantas marginaciones de nuestra sociedad, no sería la verdadera Iglesia redentora. Evangelizar y promover, he ahí la gran tarea, como María, que no sólo cree y es feliz por su fe sino que al pie de la cruz, junto al Redentor, es la colaboradora más intima de la gran promoción de la renovación cristiana de los hombres” (12/12/1977). 
 El servicio humilde de María que nos narra el evangelio, y el servicio evangelizador del acontecimiento de Guadalupe, nos lleva a la intimidad de la última Cena. Según nos cuenta san Juan, “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin (…) se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a su cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y secárselos con la toalla que tenía a su cintura”. Es el gesto que Juan pone en su evangelio en el marco de esa Cena en la que Jesús instituye la Eucaristía y el Sacerdocio. 
 José Ignacio, Gustavo, Martín, Eduardo: mucho han leído y estudiado sobre estos grandes sacramentos; en el retiro que han realizado en el Monasterio de Los Toldos, han meditado profundamente sobre estas realidades. Creo que hay algo que les ayudará muchísimo a vivirlos diariamente: imaginar la mirada de Jesús lavándote los pies y secándolos con la toalla. Ese es el Hijo de Dios, el hijo de María. El que se hizo esclavo por vos. El que no vino a ser servido sino a servir. ¿Existe amor más grande? Como dice el Cura Brochero: “En ese atardecer de la última Cena, el Corazón de Jesús explotó de amor”. Todo cambia en nuestra existencia, cuando siendo elegidos para ser sus ministros, el viene a nosotros y se arrodilla para lavarnos los pies. El nos mira desde abajo. El acaricia y lava nuestros pies. Se ha sacado el manto de maestro y se ató la toalla a la cintura; o sea, se despojó del poder de la autoridad de los poderosos, para servir como un esclavo. Es el que viene a limpianos de nuestras suciedades, a purificarnos con su amor delicado y nos ofrece el mejor servicio, su perdón. Al participar del sacerdocio de Jesús, nunca dejarán de necesitar de ser limpiados y perdonados, pero también empezarán a palpar muy de cerca las miserias de la Iglesia, de los hombres que somos parte del pueblo de Dios. 
 Que se quede grabada hoy esa mirada de Jesús, que te lava los pies, para que, purificados por esa mirada, vos Gustavo, Martín, José y Eduardo, laves los pies a tus hermanos con el baño de la misericordia. 
 Qué mejor comentario a esta escena de la última cena, que el relato que el Padre Obispo Jorge Novak hace, de una experiencia vivida pocos días antes de su enfermedad. Nos cuenta: 
 “En agosto de 1985 recorrí durante la semana varias comunidades que en junio habían sido víctimas de la terrible inundación que todos recordamos. El domingo 25 por la tarde, pasé en dos capillas mi última jornada intensa. Ignoraba entonces que en contados días quedaría, aunque en forma transitoria, totalmente discapacitado. 
 Pasé horas imborrables la tarde de ese día del Señor. Las recientes lluvias hacían difícilmente transitables las “veredas” y apenas se podía dar con algún lugar por donde cruzar las calles. Compartí, con las familias que acudieron a los dos centros de oración, la Eucaristía, los alimentos, la vida. Una vida compenetrada de angustias, en la que la Iglesia aparecía en su plena y cabal misión de humilde servidora. 
 Al llegar al pavimento me insistieron a entrar en una casa, para limpiar mis zapatos, a los que el barro se había pegado abundantemente. Mientras circulaba el mate, me dejaron en perfectas condiciones el calzado. Era medianoche cuando, en Camino Belgrano, totalmente a oscuras, tomé el colectivo para ir a Quilmes a descansar. 
 No me costó mucho, mientras repasaba esa tarde y las similares del mes de agosto, sacar un par de conclusiones. Me decía: “yo siento el agua y el barro y las emanaciones malolientes de curtiembres y otras industrias de vez en cuando. Esos hermanos sufren en forma permanente estos inconvenientes. ¿Quién se acuerda de ellos en forma seria? ¿Quién se acerca para promover en forma seria la dignidad de hijos de Dios que palpita en el buen corazón de estos vecinos? 
 Si el Señor me hubiera llamado pocos días después, dando por terminado mi ministerio episcopal, no habría dejado de alegrarme el hecho de pasar el último domingo, en plenitud de fuerzas, con los hermanos que tanto han sufrido y siguen sufriendo. Pero no habría sido menos cierto que por el par de zapatos embarrados que yo presentaba tímidamente y filialmente al Padre Dios, Él me habría desviado la vista a miles y miles de pies que se cubren continuamente de polvo o de barro al salir de su casa y al volver a ella. Son los pies del trabajador camino a su fábrica; los del niño y adolescente rumbo a la escuela; los de las mamás que enderezan sus pasos a cumplir tareas domésticas para poner sobre la mesa el pan que el marido imposibilitado de conseguir trabajo no llega a ganar para sus hijos.  
¡Se impone constantemente el examen de conciencia! No basta una bella formulación de priorizar pastoralmente al pobre. ¡Hay que actuar con sencillez y humildad, pero también con urgencia y con valentía! Cobra actualidad la palabra profética: “Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor; nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios” (Miq. 6, 8) (Carta pastoral, 25 de julio de 1986) 
 En estas palabras el Padre Obispo Jorge nos abre su corazón misionero. Sentimos que en él palpita un corazón lleno de amor de padre, pero a la vez, muy consciente de estar en la presencia del Padre Dios. Es un corazón que arde de amor, fervoroso. 
 Que este día quede bien grabado en sus corazones, para que en cada Eucaristía lo celebren y en ella renueven el fervor, para combatir toda tibieza, gran tentación del discípulo misionero. San Juan de Ávila decía: “a la olla que hierve no se le acercan las moscas; cuando se enfría se acercan todas las moscas”. Cuando un alma tiene fervor, todas las tentaciones huyen; cuando se entibia, todos los demonios le hacen la guerra. Es en el Corazón de Jesús, donde cada día nuestro corazón se enciende en amor para servirlo en nuestros hermanos. No dejemos que la llama de la oración se apague. Es en el encuentro personal con Jesús, donde renovamos la alegría de creer. 
 Hemos iniciado esta Eucaristía entronizando al Beato Cura Brochero. Un ejemplo de fervor ardiente y misionero. Un modelo de afecto, interés y compasión por los crucificados de la historia. Él aprendió a ver el mundo con los ojos compasivos de Jesús. El se ciñó la toalla y lavó los pies de sus serranos. No los miró desde la cúpula del poder; los vió desde abajo, para servirlos. Supo articular toda su vida misionera desde los ojos de Jesús. Se dejó impactar por la mirada de Jesús que nos lavó los pies, para que nosotros hagamos lo mismo. 
 Las manos de ustedes hoy serán ungidas. Serán consagrados sacerdotes para siempre. Una piadosa tradición popular acostumbra besar las manos del recién ordenado. No es para endiosar al modo humano a alguien que sigue siendo un pecador; sino que al hacerlo, queremos besar la misericordia de Dios que llega a ese colmo, de ser “el Dios con nosotros” actuando por medio de instrumentos tan pobres. Es la belleza del amor sacerdotal, que la vemos encarnada en hombres ejemplares como Brochero, Novak y tantos otros. Manos que acompañan el dolor; manos que tocan al enfermo. Manos de Cristo que toman el pan y el vino, pero antes tomaron la palangana y la toalla. Manos que tocan al pobre, al borracho y al pecador. 
 Ustedes hoy, por el Orden Sagrado, formarán parte de la fraternidad presbiteral. El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y sólo puede ser ejercido como una tarea colectiva (PDV 17). Nunca se corten solos. La misión apostólica es una tarea compartida que nos involucra en primera persona a obispo y presbíteros en el único Presbiterio diocesano. De esto ya hemos hablado ayer, en la Capilla del Obispado, cuando realizaron la profesión de fe y el juramento de fidelidad.
 Ayer ustedes compartían lo que estaban viviendo en estos días. Qué bellas cosas dijeron, qué lindas vivencias. Hablaron de acción de gracias, de alegría profunda, de consuelo y paz, de buscar la voluntad del Padre, y también de momentos de soledad y humillación, de enseñanzas y necesidad de conversión constante. Es la pascua continua. A veces más deslumbrante y significativa, otras más sencillas y cotidianas; pero Pascua al fin, o sea, muerte y resurrección, dolor y alegría. Brochero vivió identificado con la Pascua de Jesús. 
 Inician su ministerio presbiteral en este momento especial de la Iglesia, animada por la enseñanza pastoral de Aparecida y, como les dije en la Ordenación Diaconal, son los sacerdotes de la “Evangelii gaudium” de Francisco. Sean testigos alegres de la resurrección del Señor. 
 El Papa, cuando era arzobispo de Buenos Aires, visitó Villa Cura Brochero, y allí trazó en unas líneas el perfil del pastor a imagen de Brochero, que luego repitió en la primera Misa Crismal en San Pedro: “Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara… Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, “las periferias” donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe… Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las “periferias” donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones” (28/3/2013) 
 La Iglesia de Quilmes hoy está feliz. Y nuestro corazón se llena de palabras de agradecimiento al Padre Obispo Luis Stöckler, que nos acompaña; a los formadores del Seminario que acompañaron a estos hermanos; a los sacerdotes con quienes compartieron en sus parroquias estos años; a las distintas comunidades donde desarrollaron su pastoral. 
 A ustedes, Eduardo, Martín, Gustavo y José: gracias por su vida joven entregada al Señor. No tengan miedo. Naveguen mar adentro, y en el nombre del Señor tiren las redes. 
 En este día feliz, María les dice; te dice: “hijo mío el más pequeño, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, la Madre del verdadero Dios por quien se vive (…)No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo? ¡Qué Mamá tenemos..! ¡Qué Mamá nos ha regalado Jesús! 

Mons. Carlos José Tissera, obispo de Quilmes

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